2 mar 2010

Segundos eternos

Hay segundos que se hacen eternos, como aquel con el que conocí el suspense y que me ha marcado hasta hoy. Aún tiemblo cuando vivo algo que me recuerde a ese momento de “López Saldaña, José Joaquín”.

Me refiero a la época de estudiante de colegio e Instituto. Creo que a los profesores los preparan en alguna cueva perdida, como la que seguro que se esconde Bin Laden, que el resto de mortales ignoramos. Supongo que accederán desde el salón de reuniones, porque si pone que solo pueden pasar ellos será por algo, además se les puede ver entrar pero rara vez salir, y si lo hacen es con prisa.Bajo la mesa largísima que está en el centro, tiene que haber una trampilla y en el lugar más lejano de la puerta, un paragüero con antonchas para los pasadizos secretos. Esta asignatura de magisterio se llama “Psicología del alumnado” y el maestro de maestros, alguien con mucha güasa.

Yo fui un mal estudiante, tanto, tanto, que estaban pensando en ponerme una estatua en el patio, y su razón tenía, pues no era gamberro, simplemente que eso de estudiar lo mismo que los demás no me atraía mucho. Lo que hacía era sentarme en la última fila, charlar con mi compañero sobre fútbol y compañeras o escribir mis paranoyas literarias. No hacía ruido y por eso lo mejor era una estatua, aunque en la placa no sé qué pondrían. Quizá: El alumno que menos molestaba y más repetía que ha pasado por el Insituto Fernando de Herrera. Volviendo al principio, el verdadero sentido del suspense lo conocí en 7º de E.G. B. en el colegio Claret.

Cuando empezaba el curso nos sentaban por orden de lista, y yo más o menos estaba en el medio (número 18-21 de 42 alumnos). Mi compañero de pupitre, Juan Manuel López Sanchez, era un empollón de verdad, de esos que siempre saben lo que les pregunte la profesora y además buena gente. Por ejemplo, clase de Ciencias Sociales, la señorita Begoña (muy bajita, con gafas, acento del norte, morena, voz dictatorial) con su mesa pegada a la ventana y en el lado opuesto a la puerta, con la foto del Rey, San Antonio María Claret y un crucifijado, como adornos de las paredes, y lista de alumnos sobre sus pequeñas manos. ¿quién se ha estudiado la lección? Todos levantamos la mano, evidentemente. Habría que ser tonto para no hacerlo. Normalmente, en decir dos apellidos no se tardaba más de tres segundos, pero ella lo hacía muy largo. Ló (aquí ya la mayoría de los niños respiraban y sonreían) pez (uf, de esta no me libro- pensaba yo), Sal (entre Sánchez y Saldaña había poca diferencia, pero ya mi corazón se aceleraba y no por amor precisamente), daña (rojo como un tomate y esperando una bronca) a la pizarra, es decir, tocaba hacer el ridículo delante de mis compañeros. Primero miraba a todos, por si había otro con mi nombre, luego a la ventana, por si era el fin del mundo, después al crucifijo por si se caía y me libraba, pero ni dios lo consiguió.

- A ver, ¿has estudiado la lección, José Joaquín?
- Sí, señorita.
(cualquiera se daba por vencido antes de tiempo)
- Hábleme del Neolítico.
Pues, el Neolítico pertenece a la Prehistoria, se divide en bajo, medio y alto
- No has estudiado nada, ¿por qué me haces perder el tiempo?
(aquí aprendí que el silencio es la mejor respuesta)
- Es que esa parte me la salté.
-Anda, siéntate, y estudia.

En este momento, me tocaba respirar, ya me podía ir a mi sitio, con la cabeza baja, para ver la que le caía a otro. Desde aquel año, el tiempo no es lo mismo, y cuando estoy en algún lugar en el que doy mi nombre, ya sea para la camilla de la rehabilitación o para estar en alguna sala de espera, digo José Joaquín. Como el cuerpo tiene memoria, antes de que acaben de decir mi nombre, ya estoy con el corazón a cien y levantado.

2 comentarios:

Marina dijo...

Muy bueno Pepe, y si que es verdad que el cuerpo tiene memoria, me gustó como lo recreas, sobre todo la parte en la que dice tu nombre, ¿como la mente en un segundo corre tanto?, otra medida del tiempo. Bueno pasé a saludarte y me llevo una sonrisa. ¿como andas? por lo de tu rodilla, cuidate.

Pepe López dijo...

Yo creo que muchos, si no todos, hemos vivido esa elasticidad misteriosa en el colegio.

Mi rodilla va casi flama, me tiene contentísimo. Alguna que otra vez me saluda con dolorcillo pero vamo, bien. Aún sigo con la rehabilitación, pero ya es cuestión de músculo y lo de siempre, paciencia.

Gracias por preguntar. ¿y tú qué? ¿cómo andas? mejor que yo, seguro jejejejje