9 nov 2011

El lado bueno de la cama

Hace poco me preguntó Carmen que por qué dormía muchas veces pegado a la pared y encogido. De pequeñito dormía con Cristina, la menor de mis hermanas, en una cama pegada a la pared. Todas las noches nos peleábamos por coger el lado en el que seguro que no te caías y quien perdía se quedaba al borde del precipicio con posibilidades de caerse al suelo. Nos poníamos espalda con espalda empujándonos para ganar la posición y echándonos uno encima del otro para agobiarlo y poner el cuerpo en la pared. El que estaba dentro, además de con la espalda, podía usar las piernas a modo de muelles.



Ya mayorcitos, con unos diez años, nos separaron y ella se pasó al otro cuarto y pasamos a dormir como dios manda: Las niñas con las niñas y yo solito. No sé si hubo alguien más que lo pidió, lo que sí recuerdo es que Gracia, la mayor, decía que no estaba bien que la gente supiera que seguíamos durmiendo juntos. Al principio, Cristina cuando todos dormían, se pasaba a la mía pero claro, el tiempo, ese rara barra de medir, hizo que eso se acabara.


Por eso duermo pegado a la pared, porque chiqui ya no tiene que pelear para ganar el lado bueno de la cama. A veces se echa de menos.