9 jul 2006

tercer capítulo de ESPEJO

Félix volvió a la orilla de aquella playa en la que había ese extraño espejo y se sentó donde las olas acaban su camino de ida y vuelven a los regazos de su madre, la mar.

Allí se encontró paseando a la bella Leonor que por la delicadeza de sus pisadas no dejaba huellas por donde pasaba y le dijo “hola, soy Félix ¿y usted? ¿Hay alguien más en este lugar?”. Ella con su dulce y bajita voz le contestó que se llamaba Leonor, que vivía en una casita que había más allá de los árboles que se veían en línea recta, y que ella supiera no había nadie más. Cuando ella llegó solo había un espejo que no pudo levantar.
Decidieron sentarse, ella a la derecha y él a la izquierda. Quizá medio metro de distancia les separaba. Hubo un minuto de silencio compartido en el que él con su mirada característica que le hace parecer ausente, se dedicaba a coger pequeñas conchas que estaban depositadas sobre la arena y las lanzaba al mar para conseguir que éstas dieran el máximo de saltos sobre el agua como si estuviera lanzando ranas, y ella simplemente observaba el camino hacia la muerte de las olas que llegaban a rozarle sus pies y su cara denotaba pena por ellas.

Mientras cada uno hacía algo distinto compartieron una conversación muy interesante de tipo escolástico pues no llegaron a un pensamiento único, y así fue como transcurrió este encuentro con el sol y el agradable ruido de una playa en silencio cuando solo se percibe la mar.

Félix: Ha pasado un ángel, ¿no crees Leonor?
Leonor: Yo he sentido una presencia extraña pero linda a la vez y luego un escalofrío que duró tres segundos. ¿Tú crees que existen los ángeles?
Félix: Yo me refería a que ha habido un silencio prolongado. Cuando pasa esto, en Sevilla decimos que ha pasado un ángel. Pero ya que lo preguntas, pienso que existen y que están más cerca de lo que muchos piensan. Hay quien cree tener un ángel de la guarda que le ayuda a librarle de sus problemas e incluso le aconseja, pero yo estoy seguro de estar rodeado de ángeles, pero sin alas y con cuerpos visibles, voz y alguna que otra preocupación personal.
Leonor: mi idea, el pensamiento que me anima cuando estoy pasando por un mal momento, es que hay un bello ÁNGEL, una luz que cuida de mí para que nunca llegue a agobiarme. No se le puede ver, es cierto Félix, pero se puede notar su presencia o las raras veces en las que esa energía está ausente. He llegado a esta playa después de tener muchos problemas en mi reino. Necesitaba un cambio y sin saber cómo, aparecí aquí justo después de mirarme en uno de los espejos que tengo en mi casa.

Igual que una bañera se llena lentamente y se vacía rápidamente, Leonor después de esto, se levantó y sin sacudirse la arena que suele quedar impregnada en la ropa, pues no tenía, se fue y desapareció entre los árboles.
Félix siguió allí sentado en la orilla el resto del día, cuando llegó la noche se quitó toda la ropa, cogió su cuaderno y su bolígrafo y empezó a escribir en él:
“Triunfante admiro la noche, la inspiración de la pluma, su belleza mi papel dibuja. Ni río de plata ni aurora boreal, solo quiero que pase el sol para descubrirte cada noche. De agua mi cuerpo frágil y cambiante, de ti mi alma valiente y ágil. Mis sueños son tu alfombra”.

Llegó el momento de unirse al mar y la luna, y allí estuvo al menos una hora empapándose de la fría agua y viendo solo lo que la luna quería enseñarle en una noche en la que solo se podía ver la constelación de Escorpio y la Osa mayor.
Después de este baño soñado durante toda su vida desde que de pequeño se iba a las piscinas de Sevilla para quitarse el calor en el que se veía sumido por las altas temperaturas del verano sevillano, buscó el árbol más cercano con sus marrones ojos y se secó con una toalla que casualmente estaba en una rama de aquel árbol que por su belleza y grandeza era conocido como EL ÁRBOL DE LA VIDA.
Se quedo dormido tras ponerse la ropa de nuevo y apoyarse en el árbol, pues el frío que tenía al salir del agua fue suplido por el cansancio de un día demasiado completo mentalemente.

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