15 may 2025
Historias de un limpiador (10)
Un toque en mi brazo y mi universo comenzó a estar lleno de colores. Fue un antes y un después en mi vida laboral. Me habian tocado antes pero no de esa manera ni haciéndome sentir eso. Aunque para entenderlo, debemos remontarnos al momento en el que entro a comprar en el Cerradona de Dos Hermanas sabiendo que iba a empezar a trabajar allí.
Estaba viviendo una etapa de escaso o nulo contacto con mujeres más allá de lo estrictamente necesario por mi trabajo de recepcionista o actividades de mis dos hijos pequeños, Yago y Gael. Me negaba por decisión propia a lo que comúnmente se le llama rehacer la vida. Yo no quería pareja y erróneamente me empecé a descuidar físicamente hasta un extremo que no aconsejo a nadie. Salir de ahí es sumamente difícil. Hice todo lo posible para no atraer sexualmente a nadie y a fe que lo conseguí. El problema es que hay espejos en muchos lugares y el tipo en el espejo que aparece por delante no me atraía ni a mí (hoy tampoco me atrae). Me hice mucho daño. Imagínate tener una guerra contigo mismo.
¿A quién culpo?, ¿cómo me pongo una excusa?, ¿me puedo autoengañar? Esto que convive conmigo supuso que no quisiera conocer gente sin antes terminar mi guerra y, claro, dejé de tener contacto físico con mujeres. Mi piel fue olvidando queriendo o sin querer, esa sensación que, como no ha vuelto del todo, no sé explicar.
Así que iba a empezar en un trabajo con mucha gente en un lugar muy grande. Me veía más como el protagonista de La metamorfosis de Kafka que como un hombre normal con su vida social normal.
Mucho trabajar y poco hablar. Mirada cabizbaja al cruzarme con una mujer. Si por algún casual, alguien me hablaba era igual que si a un grupo de hormigas le quitaa el camino que lleva recorriendo durante mucho tiempo. O peor. Al tener una guerra con el tipo del espejo, me juzgaba tanto y con tanta mala idea que nunca me di una palmadita en espalda ni un voy avanzando siquiera. Reconozco cierto desequilibrio entre cómo me juzgo y cómo juzgo a los demás. Bueno, a los demás simplemente no los juzgo. Aprovecho lo positivo y huyo de lo negativo. No me mezclo, no intervengo, no modifico mi relación con los demás por algo que yo no entienda como normal. Siempre referido a una acción.
Me preguntaba el tipo del espejo cómo es que Candela se seguía parando a hablar conmigo si era lo más inexpresivo que he visto. Un día de esos de charla corta con ella, al despedirse para que cada uno siguiera con su rutina, me tocó un brazo. Por arte de magia, lo interpreté como un no eres menos ahora que antes. Fue esa sensación de que había aprobado el primer curso de comunicación con mujeres (si existiera esa asignatura). No es que de golpe ya me sintiera libre de abrirme de par en par a los demás sino que la sensación de miedo a hablar con mujeres fue disipándose a medida que iba pasando el tiempo.
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