26 feb 2011

La magia de las notas

Uy, las notas ya están en el tablón. ¿Cómo me habrá ido? ¿Habré suspendido las ocho asignaturas? Ese minuto de camino entre la clase y la consecuencia de mis respuestas en los exámenes era una mezcla de sensaciones, como si me introdujeran en una lavadora y la cabeza vadeara entre sueños y pesadillas.

Entre el barullo de gente llegaba a ver mi nombre y las calificaciones. Increíble! Todo aprobado, felicidad plena. Plena y fugaz, pues siempre me equivocaba de nombre y veía las del que iba delante o detrás de mí. Nunca fueron las líneas rectas lo mío.
-Juan Manuel López Sánchez
-Alejandro López Naranjo
-Alejandro Martín Martín
-María López Candilejos

Ellos eran de sobresaliente y yo de suspensos. Eso de estudiar lo mismo que los demás lo veía un aburrimiento y claro, José Joaquín López Saldaña: Suspenso, Suspenso, Suspenso, Suspenso. Así año sí, año no, durante 6 cursos.
Es cierto que yo no estudiaba y rellenaba las preguntas sin mucho conocimiento, pero siempre confiaba en la magia y esos segundos en los que disfrutaba de aprobar todo no hay quien me los quitara.

Por suerte, en la Universidad algo cambió y aunque seguía equivocándome, sí que aprobaba. Ahí sí que estudiaba, poco tiempo antes de los exámenes y atendiendo en clase desde la primera o segunda fila. Me encantaba eso de estudiar con Juanlu por la noche, era genial ya estuviéramos solos, con su compañera de piso o con Carmen y Rocío. Y esa misma mañana de camino repasando en el coche y esas canciones de la radio que ya nos sabíamos. También podía darse que recogiéramos a Cecilla y nos pusiera música maquinera a nosotros, fans de los cuarenta principales y sus canciones pop.

Ya en la cafetería de la Universidad, en Ceade, nos juntábamos con Anabel y Nacho, y los compañeros que estuvieran por ahí. Entre los nervios de Anabel, siempre atacaita, y las ocurrencias de los demás, repasábamos, estudiábamos en común y nos reíamos.

Lo mejor de esa etapa fue eso, preparar exámenes. ¿Quién me lo iba a decir? De pasota a aplicado.

4 comentarios:

tecla dijo...

Yo más bien recuerdo la angustia. Siempre creía que había suspendido. Que el más mínimo fallo me llevaría a la derrota.
Tan sólo en una ocasión vi un suspenso.
Cuando volví en Septiembre, me dijeron que no me tenía que examinar porque había habido un error.
Me puse tan contenta, que ni les insulté ni nada.

Miguel Estrada Pérez-Carasa dijo...

Yo también he pasado por lo mismo,Pepe, hace ya tanto tiempo y con distinta suerte, y son recuerdos imborrables. Tu reseña,aunque breve, me ha traido a la memoria esos momentos.
Lo importante es que saliste indemne y puedes contarlo con gracia a toro pasado, ya que algunos nos quedamos en el camino, incapaces de soportar una enseñanza tan aburrida como la de entonces, más de 30 años atrás.
Hace poco me contaron cómo un profesor, bromeando, dijo que el estricto valor de su carrera era la lectura de tres libros esenciales.Creo que cumplo ese requisito y aún lo mantengo, bromas aparte, en cualquier sección de la cultura desde muy joven. Y creo, además, que tengo una formación escasa cuando me salgo de mi vocación de poeta y redactor de otros textos.
Tú quieres borrar esta "mancha" (¿quieres decir que abandonas la poesía?) Déjala, si quieres; lo importante es tu inquietud literaria y la puerta caprichosa de la creación que se deje abrir y te satisfaga.

Salud, amigo.

Pepe López dijo...

Tecla jejejejejje vivías sensaciones parecidas solo cambiadas por el subjetivismo.

Pepe López dijo...

Miguel, uno no sabe cuando abandona la Poesía. Pienso que son momentos en los que el poeta que llevo dentro aparece en otros lugares. Eso lo he aprendido de ti.

Aciertas de lleno en mi intención. Solo quería una reseña, no extenderme, pues para evocar esa época a mis queridos lectores, pienso que no hacía falta más. No quiería aburrir.
Salud