25 nov 2008

Naranja sobre negro

El ambiente está enrarecido, los políticos alzan la voz y solo los que no pueden mirar a otro lado, se para a escucharlos. La audiencia se sienta en sillas de ikea. El verdadero cículo de amigos, se estrecha y endurece, mientras el otro, el de los intereses, se multiplica sin fin. Todos queremos una muñeca rusa, aunque haya que abrir mil, antes de que nos sirva de alimento, antes de que alguien consiga algún trabajo honroso.

En medio de este cada vez más difuminado futuro -que muchos creemos que acabará al estilo “corralito”-, con las temperaturas congelando ideas y agrandando ese silencio que merece una patada en el culo, en medio de todo esto, he podido sentir un fuego rodeado de nieve.

Estaba yo echándole el aliento a un libro que debía estudiar, cuando de repente, tuve un presentimiento: cerrar y bajar al portal. Si se pudiera comparar, el viento que salía de mi boca e iba a parar a las trescientas hojas y el que éstas me devolvían era como el tintineo de la copa de los árboles del parque García Lorca. Hacía muchísimo frío. Me gusta ver cómo late Sevilla a las distintas horas del día, y puedo asegurar que está en cuidados intensivos. Todo oscuro, salvo algún haz extraviado procedente de las farolas. Todo previsible.

Menos mal que aún quedan indios que desconocen la fuerza del mechero y que aún hoy sonríen. Estaba quieto en el portal y algo me sorprendió, me dejó sin palabras ni ojos, solo mis oídos eran capaces de reaccionar. Al principio pensé que sería alguna banda de semana santa ensayando como todos los días, como todos los años... pero no, hoy la previsición no podía alzar la voz. Se trataba de un ritmo alegre que venía del parque, donde un grupo de ilusionistas se había sentado. No tenían un equipo de música ni estaban junto a un coche con copas en lo alto. Solo necesitaban unas latas, unos tambores, un silbato y ganas de cambiar este cuadro negro en el que está dibujada la sociedad. Ellos no querían, eran solo cinco. No buscaban audiencia, ni que pusieran más farolas, ni que les dieran trabajo. Solo tocar sus instrumentos y alegrar el momento. Seguramente el que pasase delante mía, se quedaría como el tiempo, congelado. Un chaquetón gris abrochado hasta el cuello, una barba considerable, y moviendo las piernas al son de los tambores. Pero me daba igual, estaba viviendo mi momento ES TIEMPO DE CAMBIAR, de arrear a la realidad y reaccionar ante la negatividad reinante.

Eran las diez de la noche y el fuego hubo de apagarse. Ellos no querían, no hacían nada malo, yo tampoco, me sentía iluminado. Pero... toc toc, la realidad llegó y nos pegó un chorlito en los oídos. Cuatro policías se acercaron y ordenaron silencio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

si no fuera porque somos capaces de apreciar las pequeñas cosas...Es tiempo de cambiar!!