1 abr 2018

Es teatro

Al fin y al cabo, la vida es teatro.  Puedes elegir ser lo que quieras y cambiar tantas veces necesites.  Escúchate y ya te verás en una obra,  estamos desde que nacemos.  Somos ese poder de elección. Puedes vestir a los personajes que verá el público, bajar y subir el telón,  crear el decorado,  presentar,  ser algo o alguien, o simplemente dirigir actores. Lo que pasa en el teatro es irrepetible por mucho que te empeñes.  El presente es muy pequeño pero muy ancho y no hay cabeza que aguante pensar en pasado o futuro sin dejar de atender el presente,  porque éste sí que no vuelve.  Viene y se va continuamente hasta que llega el momento final de la vida y te tienes que bajar del escenario aplaudiendo al público.  Para mí,  el motor de la vida es el Silencio y de él es de quien más me fío.  Así,  con mi amigo el Silencio puedo elegir teatro del absurdo ( marcado por lo irracional), al aire libre en su vertiente libre o de corral,  alternativo (no es más que el teatro con menos aforo que el tradicional), ambulante como aquel famoso La Barraca,  antiilusionista (basado en hechos reales), de bolsillo (con pocos actores), de autor cuando sólo se expresa un punto de vista,  de cámara para temas íntimos,  comercial basado en lo que la masa social prefiera o teatro de la crueldad (ideado para despertar consciencias poniendo énfasis en luz, música,  violencia...). Todo está a tu disposición.  Es mucho poder.  Dentro de la obra puedes usar las matemáticas de modo que uno más uno sea dos o cero o menos e incluso infinito.  Puedes cambiar de religión,  de gustos, de aspecto,  de sexo... Es genial. Evidentemente y aquí está el truco, puedo decidir en mi obra todo pero no en la de los demás.  Podéis decidir que yo sea un superheroe,  alguien que camina,  el regidor,  clá,  una mesa,  el cielo y yo lo respeto porque es vuestra obra.  A la vez que mi obra avanza,  las demás también.  Lo que no puedo es ser de público de mi obra.  Al fin y al cabo,  la vida es teatro

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