Da igual que la mañana vaya lenta o rápida, que no pare de moverme o me ancle en la silla. Da igual porque siempre que se acerca la hora de recoger a mi sobrino Javi, el reloj acelera como una cuenta atrás que arrasa mis nervios hasta arrancar el coche de mi hermana.
Tardo poco desde el garaje de mi hermana hasta la puerta para recoger y llevar en brazos a Javi, que tiene cuatro años. Una vez que encuentro un hueco para aparcar en el descampao que está cerca, ya me relajo y los minutos también, demasiado a mi gusto.
Una jauría de mujeres acechan la puerta y cruzan las típicas palabras entre madres de compañeros de clase:
- No pude llevar a Carlos al cumple de Juan porque le entró fiebre
- Estaba sola y no me atreví a dejar al niño con mi suegra
- Que lindo y que grande está tu hijo. Hay que ver como crece. A ver si llevo un día al mío para que jueguen
- ¿Ves a Luis? Es que entre tanto niño no lo veo ¿Lo habrá recogido el padre?
- Uy, que prisa tengo, déjame paso
El colegio está defendido por una muralla color ocre que abarca toda una manzana que no deja ver nada hasta el primer de los cuatros pisos en los que se alza el colegio católico. Entre el edificio y la muralla hay un pasillo en el que los niños corretean en libertad vigilada, esa libertad de la que se goza en la infancia. Entre el barullo de chiquillos, sobresalen los rizos y la sonrisa pillina de Javi, que al verme fija la mirada e intenta escapar hacia mí, aunque los cuidadores hasta que no me reconocen no le dejan salir, no vaya a ser que pase de libertad a libertinaje.
Ya por fin puede correr hasta la línea que no me dejan sobrepasar, regatea a las mujeres y lo cojo en brazos para salir más rápido. Ahora viene el clásico de todos los días aunque no por ello aburrido. Con voz autoritaria para convencerme dice: “Quiero ir a tu caaasa”. Siempre lo intenta unas cuantas veces por si cae, y alguna que otra vez lo consigue. Lo normal es que le responda: “Hoy no puede ser, tengo que irme a trabajar”. Entonces nos disponemos a cruzar la carretera y llegar al coche. Lo bajo de mis brazos, le abro la puerta, le quito el chaquetón y se sienta.
Un punto conflictivo, sobre todo al principio, es ponerle el cinturón de seguridad, algo nuevo para mí. Como tiene cuatro años, se le pone una sillita con su propia seguridad. Tiene dos brazos cubiertos de negro para que no dañe y la punta de aluminio, para unirlo con un anclaje. Como teoría es perfecta. Los fabricantes no lo hicieron pensando en mí y me pegué una semana para averiguar el mecanismo. Primero lo intento con asistencia telefónica, pero no hubo manera, luego Carmen lo hace rápidamente pero cuando me toca imitar no soy capaz las primeras veces. Ya por fin consigo entenderlo. El brazo derecho hay que ponerlo al revés, que se vean las letras del fabricante y el izquierdo dejarlo tal y como está. Se unen formando un triángulo y se mete en el anclaje hasta que suena un click. Suponía que durante el proceso sonarían dos, pero en la primera parte no debe sonar nada y yo me empeño en lo contrario. Lo mejor es lo que pasa ahora. Javi sabe ponérselo él solito.
Relajación total al encender el motor del coche y bajar los pestillos. En el camino somos la alegría y sorpresa de la gente. Nuestra música se mezcla con los canis y su ritmo molesto-discotequero. Nosotros, como debe ser, ponemos canciones infantiles con volumen alto. Es un CD con nueve canciones, de las que ponemos repetidamente durante los quince minutos del trayecto, solo tres. La del barquero y la niña bonita (su preferida), una que empieza “Cantando ya viene Lila/bailando ya viene Lila/queremos que vengas Lila porque siempre estás feliz” (mi favorita) y entre las dos con un ritmillo muy bailable “comemos ensalada/como comen los señores/naranjitas y limones”. Mientras el semáforo está en rojo bailo y canto como si fueran las mejores canciones jamás compuestas. Los que nos oyen y luego ven, nos miran maravillados. Somos felices. Javi se parte risa y se anima a imitarme. La última que suena siempre es su preferida, y al apagar la radio, le hago una versión propia de alguna.
Es rutinario recogerlo, pero verle la cara sonriente no tiene precio.
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7 comentarios:
Cuando lo recojo yo, la historia cambia en algunas situaciones...en el caso de abrochar el cinturón no tuve que pasar por ese proceso de aprendizaje fallido tuyo ;P, ya sabes que las manualidades son lo mio! aunque Javi tampoco me dió muchas oportunidades con su continuo "yo solito, vale tita?". Si que tuve que armarme de paciencia cada día, hasta que consiguiera montar ese puzle que tu tan bien has descrito y conseguir ponerse el cinturon. Y cuando el pobre le coge el tranquillo, Miriam le cambia la sillita!
El tema del CD...-La niña bonita, tita, la mia, la mia! -Javi, que se estropea si se escucha mucho...!Vale, po otra y luego la niña bonita, vale?(y es que me quedo loca con la niña bonita!)Me han entrado ganas de escribir, creo que voy a hacer mi propia versión de "te vienes a recoger a Javi?
Eres muy especial.shhhhh
jejeej aro, aro. Cuenta la historia desde tu punto de vista y a ver que tal.
ssshhhhhhhhsssssshhhhhh
Desde luego, Pepe, cuentas con todas mis simpatías. Menos mal que no tomas estupefacientes; no sé qué sustancia segrega tu cerebro que no los necesitas. Parece que ya aflora tu talento tan peculiar,de carácter descriptivo-paranoico-controlado y desbordado hasta la ansiedad y su relajación posterior. Cómo decirlo..
Ya verás como pronto, Javi sale conduciendo el coche, él solito.Parece que lleva en los genes, la prontitud del
aprendizaje, y lo manifiesta
siendo aún tan pequeño(me ha encantado la observación de ese artilugio que él mismo se pone)
Y, bueno, lo he pasado muy bien con esta crónica divertida y receptiva al mundo de los niños.Que ambos paseis un buen rato a diario, es una alegría que has traido de tu vida a la mía.
Gracias, poeta.
Un abrazo, con la esperanza de verte pronto.
Salud, amigo.
Miguel, tu comentario es la gota de fairy que limpia la sartén, si no completamente, casi. Sabes encontrar las palabras que necesito.
Al leer "Gracias, poeta" rápidamente pienso: He aquí mi mancha por borrar. Solo sé escribir sobre lo que vivo, ¿dónde me habré dejado la imaginación?
Tu visión de la crónica me deja sin palabras más allá del enorme agradecimiento hacia ella.
¿qué sustancia segrega mi cerebro? jejejejej tienes un gran humor. Mejor no saberlo para que no se revele cual Frankenstein.
ya ves que sigo la costumbre de comentar de fin a principio.
Hasta pronto, querido Miguel
mágica vuelta a la infancia, que terapia más buena que haces a diario... de aquí a ná te veo procreando una criatura... jejeje besotes
Todo se andará.
No veas la cara de la gente de los coches que miran de donde viene la música y nos ven cantando y bailando. Me encanta!
¡¡Fantástico!!
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